sábado, 25 de junio de 2011

3113

-¿Te comportas así con todas?
-Em... No.
Fue la pregunta más lógica de todo el día, después de todo, estábamos echados en el césped, apoyados un poco el uno en el otro, y con los rostros muy cerca. Demasiado.
Notaba tu corazón, acelerado, mucho. Pregunté si estabas nervioso, pero te limitaste a hacer un gesto y dejarme con la duda, pero no quise insistir.
Eran amigos. ¿Amigos? Los amigos no se ponen así.
¿Qué me pasaba? Un cúmulo de sentimientos y emociones no me dejaban estar tranquila. Eran tantas cosas que no daba a basto, excesivo para una niña pequeña como la que soy. Tenía ganas de llorar, de reír, estaba nerviosa, pero muy agusto al mismo tiempo. ¡Qué pesadilla! Quería estar normal, como antes, como siempre lo había estado. El agobio rellenaba cada rincón de mi cuerpo.
Sin darme cuenta casi, conseguí relajarme poco a poco. Por fin. Entonces te miré, y ví tus ojos color miel decaídos, como llevaba viéndolos ya unos días. Uf. Odiaba que estuvieras así por alguien. Lo odiaba, y tenía miedo. No, no quería que de nuevo estuvieras con otra persona. Bueno, quería que fueras feliz, éramos amigos... Pero a estas alturas, ya sé por qué, por otro lado, no quería que siguieras adelante con aquella desconocida persona que se había llevado parte de tí. No podía soportar la idea. O más bien, quería ser yo esa persona. Sí, era exactamente eso, pero esa posibilidad no estaba presente en mi cabeza en aquel momento. Hubiera sido demasiada suerte, muchísima.
-¿Qué te pasa?- era imposible no preocuparse por tí. No podía verte mal, sentía un nudo en la garganta, un nudo de impotencia. No podía hacer nada, tú no me dejabas.
-¿Qué me va a pasar? Lo mismo de siempre. -dijiste, y sonreíste débilmente, una sonrisa forzada que hacía que quisiera desaparecer, quizás, no querías estar conmigo en ese momento, preferías estar solo, tranquilo.
-Si me dijeras quien es, podría ayudarte.- dije con un tono infantil, intentando sacar una verdadera sonrisa a tus labios. Conseguido.
-No puedo.
Hubo un silencio. Un silencio incómodo pero agradable, supongo que por culpa de mis alocados sentimientos en el momento. Agobio. ¿Ya estoy de nuevo así? Entonces, volviste a separar tus labios para decir:
-Me da vergüenza si me miras- es verdad, no había dejado de mirar tus ojos ni un segundo, ni de acariciar tu pelo. ¡Qué tonta me sentí! La vergüenza recorrió mis mejillas, pero tenía que salvar la situación, no podía parecer la imbécil que realmente estaba siendo.
Intentando ser graciosa una vez más, murmuré para mis adentros un carismático "vale", y cerré los ojos, apretándolos mucho, con la intención de crear una mueca graciosa que te hiciera reír. En cualquier caso, no esperaba el nombre de la afortunada, tan sólo, escuchar tu risa.
Para mi sorpresa, esta vez no conseguí mis propósitos, sino algo mejor.
Sin yo ser consciente, acercaste tus labios a los míos, para regalarme aquel beso. Un beso lento pero ansiado, que llevaba deseando más tiempo de lo que realmente creía. Un beso que despertó en mí los adormilados sentimientos que habían aparcado en mi corazón. Un beso que me devolvió toda la esperanza que había sido pisoteada.
¿Cuánto tiempo pasaría? Hubiera querido que aquel instante nunca acabara, pero una lágrima cayendo por mi mejilla me obligó a parar. ¿Por qué lloro? ¡Si estoy más feliz que nunca!
Entonces, con tu siempre ingenioso carácter, soltaste las palabras que más necesitaba oír.
-Te quiero.
-Y yo.

domingo, 19 de junio de 2011

Tonterías

- Gracias por estar aquí.
- No me agradezcas nada, sabes que quería pasar esta tarde a tu lado.
La joven pareja se abrazó. Tras unos instantes, ella alzó la cabeza, antes apoyada en el hombro de su chico, para encontrarse con los ojos del mismo, quien había encarcelado todos sus pensamientos desde hacía ya casi un año. Cuando los ojos de él le respondieron devolviéndole la mirada, quedó hipnotizada. No era la primera vez ni la última que se había sumergido en aquellos ojos oscuros que le inspiraban una acogedora protección. Cuando se percató, se ruborizó agachando rápidamente la cara y sonriendo casi sin querer. Interiormente rezaba para que su rostro no sonrojara, pero decepcionada, notaba cómo aumentaba la temperatura en sus pómulos.
- Te quiero - dijo él, sacándola de su mundo- Te voy a echar mucho de menos estos días.
Después de sus palabras, los labios del chico buscaron los de ella, mientras sus manos bajaban poco a poco desde la espalda de la chica hasta sus caderas, moldeando aquel torso de cristal.
Al fin, las bocas se encontraron y se fundieron en un largo beso de profundo amor adolescente. Una vez que los labios se despegaron, ella volvió a tomar la palabra:
- Me conectaré todas las noches, te lo prometo.
- Eso no quita la pena que me da pensar que no te podré tenerte entre mis brazos durante todo ese tiempo. - le contestó él, mientras recogía un mechón castaño de la chica aposentándolo detrás de su oreja.
- Vamos tonto, cuando vuelva tenemos todo el verano.
- Esa indiferencia muestra que no me quieres tanto como yo a tí - resuelve el chico, simulando estar enfadado con una graciosa mueca.
- ¿Por qué eres así de estúpido? - se defiende ella. Y luego, le da un beso rápido en los labios.
Entonces, se quedaron mirándose el un al otro unos segundos. Sonriendo inconscientemente, juntaron sus manos, entrelazando cada uno de sus dedos.
- Preciosa - dijo irrumpiendo el silencio del momento.
- Deja de decir tonterías - dijo la chica, y luego sacó la lengua, lo que tentó a él a un último beso.

martes, 7 de junio de 2011

El mundo por dentro

Al fin, de una calle en otra andaba, siendo infinitas, de tal manera confuso que la admiración aun no dejaba sentido para el cansancio, cuando, llamado de voces descompuestas y tirando porfiadamente del manteo, volví la cabeza.
Era un viejo venerable en sus canas, maltratado, roto por mil partes el vestido y pisado. No por eso ridículo; antes severo y digno de respeto.
-¿Quién eres -dije-, que así te confiesas envidioso de mis gustos? Déjame, que siempre los ancianos aborrecéis en los mozos los placeres y los deleites, no que dejáis de vuestra voluntad, sino que por fuerza os quita el tiempo. Tú vas, yo vengo; déjame gozar y ver el mundo.
Desmintiendo sus sentimientos, riéndose, dijo:
-Ni te estorbo ni te envidio lo que deseo; antes te tengo lástima. ¿Tú, por ventura, sabes lo que vale un día? ¿Entiendes cuánto precio es una hora? ¿Has examinado el valor del tiempo? Cierto es que no, pues así, alegre, le dejas pasar, hurtando de la hora que, fugitiva y secreta, te lleva preciosísimo robo. ¿Quién te ha dicho que lo que ya fue volverá, cuando lo hayas menester, si lo llamares? Dime, ¿has visto algunas pisadas de los días? No, por cierto, que ellos solo vuelven la cabeza a reírse y burlarse de los que así los dejaron pasar. Sábete que la muerte y ellos están eslabonados y en una cadena, y que, cuando más caminan los días que van delante de tí, tiran hacia tí y te acercan a la muerte, que quizá la aguardas y es ya llegada y, según vives, antes será pasada que creída. Por necio tengo al que toda la vida se muere de miedo que se ha de morir; y por malo al que vive tan sin miedo de ella como si no la hubiese, que este la viene a temer cuando padece, y, embarazado con el temor, ni halla remedio a la vida ni consuelo a su fin. Cuerdo es sol el que vive cada día como quien cada día y cada hora puede morir.
-Eficaces palabras tienes, buen viejo. Traído me has el alma a mí, que me la llevaban embelesada vanos deseos. ¿Quién eres, de dónde y qué haces por aquí?
-Mi hábito y traje dice que soy hombre de bien y amigo de decir verdades, en lo roto y poco medrado; y lo peor que tu vida tiene es no haberme visto la cara hasta ahora. Yo soy el Desengaño. Estos rasgones de la ropa son de los tirones que dan de mí los que dicen en el mundo que me quieren, y estos cardenales del rostro, estos golpes y coces que me dan, en llegando, porque vine y porque me vaya. Que en el mundo todos decís que queréis desengaño y, en teniéndole, unos os desesperáis, otros maldecís a quien os lo dio, y los más corteses no le creéis. Si tú quieres, hijo, ver el mundo, ven conmigo, que yo te llevaré a la calle mayor, que es adonde salen todas las figuras, y allí veras juntos los que por aquí van divididos, sin cansarte. Yo te enseñaré el mundo como es, que tú no alcanzas a ver sino lo que parece.
-¿Y cómo se llama -dije yo- la calle mayor del mundo donde hemos ir?
-Llámese -respondió- Hipocresía. Calle que empieza con el mundo y que acabará con él, y no hay nadie casi que no tenga, si no una casa, un cuarto o un aposento en ella. Unos son vecinos y otros paseantes; que hay muchas diferencias de hipócritas, y todos cuantos ves por ahí lo son.
Francisco Quevedo

lunes, 6 de junio de 2011

Formación de la personalidad

En la vida hay personas de alguna parte que te marcan la existencia. Es un juego del destino, que coloca en tu camino a gente que, por arte de magia, o sin ella, influyen en tu comportamiento hasta que te hacen cambiar de forma de ser. Despliegan tal red sobre tí que quedas atrapado por su esencia, sea cual sea esta.