domingo, 3 de abril de 2011

Mansión

Laberinto oscuro e infinito.Incesante alfombra rojiza, casi parda, por la escasez de luz.
Apoyé la mano en la pared. Era rugosa, y estaba fría. Tanto, que noté cómo un gusanillo helado recorría todo mi cuerpo de abajo hacia arriba, y a la vuelta conducía el camino inverso.
Seguí a delante por aquel pasillo, que aparentemente, carecía de final alguno, que pudiera dar fin a esos inquietantes segundos que estaba viviendo, que de tal forma me estaban asustando.
A derecha y a izquierda, a medida que iba avanzando, iban apareciendo puertas, casi invisibles, a causa de la ya mencionada falta de luz, y por tanto, visibilidad en aquel lugar. Podría haberme parado a pensar a dónde llevarían, pero no tuve tiempo. Ni intención, sólo quería escapar de aquel sitio cuanto antes, y sabía que la salida se hallaría al final del pasillo.
Queriéndolo, o quizás no, empecé a tomar velocidad. Me percaté de ello cuando noté mis piernas cansadas y mi corazón excitado. Tuve que parar y tomar aire, respirar.
Creo que fue inconscientemente, pero alcé la mirada, viendo sobre mí una lámpara gigantesca, de esas típicas antiguas, de las que cuelgan mil piececitas de cristal. Ciertamente, no pude evitar asustarme, eso debía pesar bastante, y yo me encontraba justo debajo.
Aparté el flequillo de mi cara con la intención fallida de mejorar mi visión. Tan sólo pude apreciar ciertas gotas de sudor en mi frente gracias al roce.
Zas.
De pronto, noté cómo unas manos me agarraban por la cintura, no pude evitar estremecer y dar un grito. El corazón se me aceleró, todo mi cuerpo temblaba, las manos me sudaban a rabiar, y sentía pánico de una forma que nunca antes hubiera podido imaginar.
- No grites. - Me dijo una voz muy serena, que me resultaba incluso familiar, pero no llegaba a identificar, probablemente por lo nerviosa que me encontraba.
Entonces, temblé exageradamente, y comencé a preguntarme por qué había tenido que entrar allí. Las manos desconocidas, subieron desde mi cintura a los hombros, y me giraron. Entonces, pude distinguirlo, y me sorprendí por no haber sido capaz antes.
- Salgamos. - dijo. Pero me fue imposible obedecerle instantáneamente. Tuve que besarle, tuve que rozar aquellos labios fríos y secos al mismo tiempo, pero también acogedores y protectores. Tuve que sentirlo.
- ¿Cómo me has encontrado? ¿Cómo pudiste imaginar que estaba aquí? - pregunté sin dejar de temblar, aunque ya me sentía segura. Sujeté sus manos con fuerza, y lo miré a los ojos.
- Digamos que tengo ciertas habilidades, y más tratándose de tí.- me respondió rotundo. Entonces acarició mi mejilla, y sin soltarme la mano, nos fuimos alejando, adentrándonos cada vez más, en aquel laberinto, oscuro e infinito.